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Descubrí el futuro allá por el año 2017 en una clase de filosofía que se impartía dentro de un programa formativo para emprendedores del sector creativo. Puede que lo descubriera muy tarde sí, pero como dice el refrán, nunca es tarde…
El Futuro. Hasta ese momento no había significado para mí nada más que un lugar al que iba a llegar. Una línea recta que trazaba un camino levemente visible hacia un destino que me habían “colocado” sin preguntar.
El Futuro por aquel entonces, para mi y gran parte de mi generación, era algo que se podía “asegurar”. Sí, soy generación X y me creí a pies juntillas ese relato que se construyó durante décadas y que brilló en todo su esplendor en la década de los 90 y me atrevería a decir, que hasta bien entrados los 2000.
En aquella clase me mostraron escenarios de futuro que se parecían muy poco al futuro que yo era capaz de imaginar hasta ese momento. ¡Booom! Mi vida personal y profesional no volvió a ser la misma desde esa tarde. Y el mundo que me rodeaba, tampoco.
Después de aquel descubrimiento, empecé a investigar sobre el futuro de la comida, ya que en aquellos días mi empresa formaba parte de ese sector y apliqué los aprendizajes en el desarrollo de nuevas acciones creativas para mis clientes, mucho más reflexivas y conectadas no sólo con el futuro, también con nuestro presente. Porque no hay futuro sin presente.
Seguí con mi viaje al futuro y este me proporcionó la posibilidad de conocer a profesionales como Stef Silva, fundadora de Invisible, que me dio las primeras clases sobre la disciplina de Diseño de Futuros y también la de tomarme un café mañanero con Javier Montañés, allá por el 2019, con el que mantuve una interesante conversación sobre ciudades, tecnología, entre otras muchas cosas.
Aquellos dos encuentros provocaron en mí una explosión intelectual y despertaron un interés todavía mayor sobre el Futuro y todo lo que flotaba alrededor de ese concepto tan abstracto. Busqué formación en España que me permitiera ampliar mi conocimiento acerca del Diseño de Futuros, pero no tuve mucho éxito. H2i, la única escuela que por aquel entonces había impulsado un curso que se ajustaba perfectamente a mis aspiraciones formativas, había desaparecido del mapa. Decidí seguir investigando y aprendiendo por mi cuenta, comprando libros, leyendo blogs, siguiendo a profesionales y expertos y como no, sumergiéndome en la literatura de ciencia-ficción.
Una tarde entré en una librería de viejo y encontré algunos libros de una colección incompleta de este género, editada en los años ochenta. Los compré todos.
Empecé devorando un volumen que recogía una deliciosa selección de Asimov de los mejores relatos de ciencia-ficción escritos en la segunda mitad del siglo XIX.
Durante aquella lectura descubrí un relato de Edward Bellamy, reconocido por su novela «Looking Backward» (Mirando hacia Atrás) escrita en 1887, que presenta una visión utópica de un futuro socialista en el año 2000, donde la igualdad y la cooperación son los pilares fundamentales de la sociedad.
Este otro relato de Bellamy se titulaba, “El Posible Camino”, una exploración profunda de los cambios fundamentales que la telepatía podría introducir en la sociedad. Un relato bellísimo y también utópico acerca de las relaciones humanas mediadas a través del pensamiento y en el que la palabra queda relegada únicamente a la escritura y cómo aseguradora de un legado histórico acerca del transcurso de la vida de esa sociedad.
El mismo libro me adentró en el imaginario de Guy de Maupassant a través de su relato “El Horla” y me encontré enfrentando la presencia de fuerzas invisibles que moldean el destino. Una metáfora intrigante que resonaba con la incertidumbre del mundo que habitamos hoy y que me recordó que la realidad es a menudo más compleja de lo que nuestros sentidos pueden captar.
Quiero citar un último autor, que también conocí gracias a este libro, J.H. Rosny Ainé. En su relato “Los Xipehuz” Rosny escribe sobre la interacción entre dos culturas radicalmente diferentes, una tribu prehistórica y los Xipehuz, unos seres alienígenas que expanden su dominio sobre la tierra, creando la posibilidad de la extinción de la raza humana. Un escenario fascinante y que invita a la reflexión sobre la naturaleza humana, el choque cultural y la supervivencia en un entorno hostil. Para mí, lo más conmovedor de este relato es la última página. Sí, voy a hacer spoiler, porque en este caso concreto, saber cómo acaba la historia, no impide el disfrute de la lectura completa de la misma, algo que recomiendo absolutamente.
“… los Xipehuz pasaron de nuevo a la ofensiva en pequeños grupos, y la masacre de los dos reinos, ninguno de los cuales podría sobrevivir sino exterminaba al otro, prosiguió con renovado ímpetu (…) Y ahora estoy sólo en el lindero del bosque de Kzur, en la pálida noche. Una cobriza Luna creciente pende sobre el oeste. Los leones rugen a las estrellas. El arroyo vaga murmurando lentamente entre los sauces; su eterna voz habla del tiempo pasado, de la melancolía de las cosas perecederas. He ocultado el rostro entre las manos y mi corazón solloza; ahora que los Xipehuz ya no están, mi espíritu llora por ellos. Y le pregunto al Único qué fatalidad exige que el esplendor de la vida se vea empañado por el asesinato…”
A través de estas tres narrativas, se revela un hilo común: la anticipación de cambios significativos en la sociedad y la humanidad. Ya sea a través de la evolución de la comunicación, la influencia de fuerzas invisibles o la amenaza de la extinción. Estas historias plantean preguntas cruciales sobre cómo percibimos y nos preparamos para el futuro.
En mi travesía, cada relato, cada encuentro, cada conversación… han sido un faro. Señales luminosas que me han ayudado a cuestionar nuestra relación con el presente y han dirigido mi reflexión hacia la pluralidad de oportunidades que el futuro despliega.
Hoy sigo en mi exploración con el mismo entusiasmo que al principio y es curioso, porque en mi viaje de búsqueda he vuelto a reencontrarme con Javier Montañés cuatro años después (en el futuro), que ha impartido un curso de Diseño de Futuros en esta escuela de diseño a la que quiero tanto y con la que colaboro como docente desde hace dos años. En este caso, he sido su alumna, que atenta y disciplinada ha disfrutado de la formación que tanto ansiaba experimentar. El futuro me ha hecho un regalo, sólo he tenido que trabajar y seguir mi camino de forma decidida para encontrarlo.
En la actualidad, aplico en mi trabajo dentro de Célula Lab, todo el conocimiento adquirido a lo largo de estos años y sigo aprendiendo cada día, porque el futuro es infinito.
Puede que tú estés descubriendo el Futuro al leer este artículo y pienses también que lo has descubierto tarde, no importa, lo crucial es que a partir de ahora, sepas qué hacer con él.
Tras estudiar Arte dramático en la escuela Nancy Tuñon en Barcelona, llega a Madrid en el año 2000 para seguir sus estudios de interpretación en la Escuela de Cristina Rota. Su inmersión en el mundo de la interpretación la lleva a formarse en guión de cine y dirección de documentales en NIC (Núcleo de Investigación Cinematográfica). Tras este periodo se forma también en fotografía y retoque digital en CEV. Se especializa en retrato.
Tras este período, decide emprender, en un sector totalmente distinto, el de la gastronomía, fundando La Mojigata, una empresa de Food Design que diseña experiencias gastronómicas para marcas como Adidas, Givenchy, Bimba y Lola, H&M, Zara… Así como también para instituciones culturales como el Museo Thyssen-Bornemisza.
Su carrera la ha llevado a trabajar para el laboratorio de investigación creativa Wander de Soulsight. Actualmente forma parte de Celula Lab, un espacio de innovación y estrategia que fusiona creatividad, análisis y narrativa, colaborando con sectores empresariales, políticos, educativos, artísticos y organizaciones sin ánimo de lucro.
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