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¿Somos capaces de vislumbrar todas las posibilidades que abre ante nosotros la inteligencia artificial?, ¿qué papel jugarán los modelos generativos basados en ella? Sea cual sea, lo que está claro es que una de sus principales características es la capacidad para escalar procesos complejos como son la imaginación y la creatividad humanas.
Invitamos a Javier Montañés para que nos hable de todas esas posibilidades y de cómo puede influir nuestro pasado en las imágenes que construimos sobre el futuro.
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Hasta donde llegan mis recuerdos siempre he tenido una pequeña obsesión por las “cosas del futuro”. Tuve la enorme suerte de criarme en los 80 y haber pasado gran parte de mi infancia años pegado como una lapa a la pantalla del televisor, alucinando con series como Galáctica o V, y disfrutando de películas como Regreso al futuro, Blade Runner o Robocop. Así que no sé si fue antes el huevo o la gallina, pero estoy seguro que la ingesta masiva de todos esos estímulos afectó profundamente a la manera en que se construyeron las autopistas neuronales por las que ahora se mueven mis pensamientos.
También pertenezco a esa generación que se pegó media vida esperando pacientemente la llegada del nuevo milenio; momento en el que el mundo se llenaría, por arte de magia, de robots, coches voladores y viajes interestelares. ¡Qué gran decepción!
Pero cualquier gran decepción trae consigo grandes aprendizajes, y el primero fue que el futuro no está escrito y puede presentarse de la manera más insospechada. Así es como en 1990 hubiera sido casi imposible predecir que esas visiones gradilocuentes del futuro se tornarían en memes de gatitos y NFTs de monos aburridos. Un escenario demasiado mediocre como para haber sido tenido en cuenta.
El segundo aprendizaje es que, yo, sin saberlo, estaba influido por unas narrativas que se habían gestado mucho antes de que yo naciera; fantasías alimentadas por los mitos del mundo moderno de la postguerra, en el que los éxitos logrados por la carrera espacial y la pujanza de la industria del automóvil nos hacía augurar un futuro dorado, lleno de coches voladores y viajes intergalácticos, y en el que no estábamos dispuestos a que asuntos como la crisis climática o la escasez de los recursos nos aguasen la fiesta.
Sin embargo, hoy en día, resultaría casi obsceno mostrar esa actitud tan optimista. Nuestros telediarios están repletos de noticias descorazonadoras sobre guerras, pandemias, conflictos sociales y problemas medioambientales. No es de extrañar que se nos pueda tachar de tener una actitud demasiado naif, egoísta o irresponsable si tratamos de adoptar una postura demasiado positiva sobre lo que nos depara el futuro.
En videojuegos, arquitectura, películas, shows en vivo, animación, el mundo de la automoción, metaverso, producto, simulaciones… Simulaciones que van desde el aprendizaje de cómo funciona un motor hasta el entrenamiento quirúrgico para potenciar las habilidades de futuros cirujanos sin hacer peligrar vidas humanas. Solo con este ejemplo somos capaces de vislumbrar todas las posibilidades que se abren ante nosotros.
También hay que tener en cuenta que, ante una era de incertidumbre y cambios, el ser humano sufre el sesgo de identificar antes las amenazas que las oportunidades. Como comenta el psiquiatra evolucionista Pablo Malo Ocejo, esto forma parte de nuestra naturaleza, porque esta actitud ha promovido nuestra supervivencia durante miles de años: «Una persona que ignora una oportunidad, puede lamentarlo, pero nada terrible le va a suceder; sin embargo, si ignora el peligro, puede ser el final».
Ese sueño dorado ya se empezó a romper a finales de los 70, cuando empezamos a sospechar que las cosas no estaban siendo tan bonitas como nos habían contando. Desde entonces, vivimos inmersos en el postmodernismo; una corriente de pensamiento mucho más crítica con los pretendidos avances del capitalismo y su modelo de crecimiento económico y tecnológico sin límites. No es de extrañar, que a partir de esa década florecieran los géneros literarios distópicos como el ciberpunk, y que hoy, en nuestras plataformas de streaming, los cuentos sobre criadas y espejos negros estén siempre en el top de las producciones más vistas.
Así que parece que nuestra sociedad ha ganado en madurez. Era necesario cultivar el pensamiento crítico y adoptar una postura más escéptica hacia el progreso para crecer y volvernos responsables; aunque ahora corremos el riesgo de envejecer demasiado y caer en el nihilismo y la desesperanza. Si sentimos que el tren ha descarrilado y se aproxima a toda velocidad al abismo, no podremos, ni valdrá la pena hacer nada, para evitarlo.
Debemos tener en cuenta que el futuro es ese lugar donde se cristaliza nuestra imaginación. Si damos por hecho que el futuro será un desastre, caeremos en la inacción, y cuando muestre su lado más sombrío, lo normalizaremos, porque, al fin y al cabo, es lo que esperábamos que iba a pasar. Cuidado con las profecías autocumplidas, el futuro es el espejo del presente.
Así que por extraño e irreverente que parezca, lejos de ser naif, el optimismo también puede convertirse en un acto de responsabilidad. Sólo si somos capaces de imaginar un futuro mejor, nos pondremos manos a la obra para que se convierta en una realidad. Esto es lo que llaman en el Institute For The Future el » Optimismo Urgente«. Hoy más que nunca, es necesario generar esas visiones positivas del mundo (aunque realistas) que nos muevan a pasar a la acción.
En la generación de artefactos de futuro es cuando la palabra “diseño” adquiere una especial relevancia. De la misma manera que un arqueólogo nos trae al presente pruebas materiales del pasado que nos ayudan a entender y a contar la historia, la labor de un diseñador bien puede ser la de crear artefactos especulativos que nos ayuden a comprender mejor los escenarios de futuro que queremos comunicar.
Stuart Candy, diseñador, y uno de los futuristas más influyentes de las últimas décadas, dice que cuando trabajamos con escenarios de futuro, no podemos perder de vista estas 3 dimensiones:
Horizonte temporal en el que se desarrollan los acontecimientos.
Variedad de posibles futuros.
Inmersión y detalle experiencial. La profundidad es el grado de resolución con el que percibimos esos escenarios, y estos artefactos especulativos, nos ayudan a tangibilizar, reflexionar y poner encima de la mesa nuevos interrogantes.
Ya hemos visto, que hoy en día, resulta mucho más sencillo pensar en las distopías, así que, si queremos traer al presente “evidencias arqueológicas” que nos hablen de que un futuro mejor es posible, necesitaremos un chute extra de imaginación para superar esos miedos atávicos y el influjo de un contexto cultural que nos afecta aunque ni siquiera seamos conscientes.
¿Y qué papel podrían juegan los modelos generativos basados en inteligencia artificial? Bien, una las principales características de la inteligencia artificial es su capacidad para escalar procesos complejos, y pocos procesos hay tan complejos como los que tienen que ver con la imaginación y la creatividad humanas.
Ginny Rometty, CEO de IBM, defiende que sería mucho más correcto hablar de “inteligencia aumentada” cuando hablamos de estos modelos computacionales, porque, lejos de suplantar al ser humano, su función es la de amplificar nuestras capacidades de la misma manera que una bicicleta nos permite llegar más rápido a nuestro destino.
Y si nuestro destino es tratar de traer al presente esas imágenes del futuro, establecer una conversación con la máquina, en la que proponemos una visión y ella nos sugiere otras, es un ejercicio creativo que nos da la oportunidad de explorar, en alta resolución, multitud de territorios, e incluso de llegar a lugares que ni siquiera habíamos considerado desde nuestro punto de partida. Amplitud y profundidad.
Javier es licenciado en Humanidades y diplomado en Arte. En 2002 fundó Mimética, un estudio especializado en diseño de marca con el que participó en proyectos para el Gobierno de Navarra, OpenBank, Telefónica, Kukuxumusu o Grupo Planeta.
Desde 2015, ha buscado integrar la perspectiva del diseño a lo largo de una cadena de valor que comienza con la planificación estratégica y culmina con el desarrollo de la marca. Esa necesidad por desarrollar una visión estratégica a largo plazo, le ha llevado a profundizar en la prospectiva estratégica y el diseño de escenarios de futuro de la mano de eminentes futuristas, como Jorge Camacho, o el Institute for the Future.
Actualmente, trabaja como profesional independiente tanto en proyectos de diseño estratégico aplicado a la Inteligencia Artificial como de innovación y diseño de escenarios de futuro.
21h
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